- Albert,
cariño, tenemos que arreglarnos que se nos hace tarde.
Anochecía ya
cuando Cristina entró en el dormitorio y vio a Alberto pensativo y mirando por
la ventana.
- ¿Estás
bien? ¿Te pasa algo?
- He… estado
pensando…
- ¿En qué?
- En que no
puedo hacer esto sin él, no puedo ir de fiesta contigo, invitar a mi madre, a
la pareja de mi madre, comprometerme contigo y que mi padre no esté. Lo siento
pero me es imposible, no me sale. Al fin y al cabo, aunque sea como sea, es mi
padre y siempre lo será.
- Lo
comprendo.
- ¿En serio
no te molesta?
- No cielo,
es normal que quieras tener a tu padre en un día como hoy. Lo que pasa es que…
a mí no me traga mucho.
- Bueno,
pero eso sería cuando tú estabas casada con Enrique, ahora ya debe ser distinto.
Cristina
tenía sus reservas en cuanto al padre de Alberto, pero lo que era innegable es
que era su progenitor y tenía que aceptarlo.
- ¿Entonces
no te importa si lo llamo?
- Venga,
hazlo. Yo mientras me voy arreglando.
Alberto
marcó el número de su padre y esperó nervioso.
La última
vez que lo viera no fue precisamente un momento fácil para ninguno de ellos: su
padre y Enrique porque los pillaron in fraganti, metidos en la cama y haciendo
el amor, Cristina porque llevaba varios días preocupada por la ausencia de
Enrique, era su marido y tuvo que verlo enrollado con otro hombre, y él porque
descubrir aquello lo dejó en shock.
- Hola… - se
oyó la insegura voz de Rubén.
- ¿Papá?
- Sí.
- Hola. Una
pregunta, ¿estás en tu casa o continúas en la cabaña?
- Estoy en
casa ¿por qué?
- Porque si
no te importa me gustaría llegarme un momento con Cristina.
- ¿Pasa
algo?
- Bueno, nos
vamos a arreglar y ahora iremos y te cuento. ¿Estás bien?
Rubén pensó
que si no llega a ser por la providencial aparición de Enrique, a esas horas ya
no estaría bien, en realidad, ya no estaría.
- Sí, muy
bien. ¿Y tú? – preguntó aún cortado.
- Genial.
Ahora nos vemos.
Enrique miró
a Rubén de forma interrogante.
- ¿Y bien?
Él suspiró.
- Era
Alberto.
- Ah, ¿qué
quería?
- Viene para
acá, con Cristina.
- Vaya…
- Eso digo
yo, vaya…
- ¿Qué
ocurre? ¿Estás preocupado?
- Si
Enrique, no sé con qué cara lo voy a mirar, esa es la verdad.
- Bueno ¿y
yo? Te recuerdo que mi ex mujer me pilló contigo en la cama. Fue muy fuerte.
- Bueno,
pues esperemos que vengan en son de paz, porque yo no quiero líos para nada, -
afirmó Enrique.
- Yo
tampoco.
Alberto
llamó al timbre y aguardó, y Cristina se mantuvo un paso por detrás de él; aún
recordaba las serias miradas de su suegro y el insulto que le dirigió la última
vez que lo viera. Odiaba tenerle miedo, pero no podía evitarlo.
- Estoy
nervioso cariño, - confesó Alberto.
- Pues ya
somos dos, - trató de sonreír.
Entonces al
abrirse la puerta, ambos se quedaron más que sorprendidos al ver que quien los
recibía no era el padre.
- Enrique…
tú aquí… Perdona pero no te esperaba.
Al momento
salió éste del cuarto de baño. Al igual que Enrique, también estaba arreglado
como para salir de fiesta.
- Hola
Alberto.
- Hola papá.
¿Podemos hablar un momento?
- Ven
Cristina, - le dijo Enrique tratando de ser discreto, - ¿te he dicho que Rubén
tiene una cinta de correr y otro aparato grandísimo para hacer ejercicio?
- No.
- Pues sube
conmigo que te los enseño.
Y ambos se
fueron escaleras arriba.
- Ven, -
dijo entonces Rubén, - sentémonos en el salón.
- Me alegra
verte tan bien, - le dijo Alberto.
- Gracias.
Todo tiene su explicación.
- ¿Cuál?
- Mejor
habla tú primero, has venido para eso ¿no?
- Durante
años nos encontramos a escondidas; yo hacía lo que fuera por verlo, por estar
con él. Luego empezó a irse de fiesta con tus amigas, a hacérselo con ellas,
parecía rehuirme, y cuando tú viniste y me dijiste que os pilló juntos y que
había hecho que os separarais, pensé que si me lo llevaba, tú podrías
recuperarla y yo a él. Traté de ayudarte, y estos días sin él fueron…
espantosos, tanto que… me fui a los acantilados para… acabar con mi vida.
- Papá por
Dios…
- Espera.
Allí de pronto apareció Enrique, estaba en los acantilados por la misma razón
que yo, porque estaba fatal, me echaba terriblemente de menos, estaba solo, y
él impidió que yo… saltara.
- Y tú
impediste que él también cometiera aquella locura, ¿no es así?
- Sí. Cuando
me vio se dio cuenta de lo que yo iba a hacer, se olvidó de que él también se
iba a tirar desde allí, y comprendió que no quería que me ocurriera nada, que
me amaba.
Alberto
impulsivamente, se levantó y abrazó a su padre fuertemente.
- Oh papá,
yo también te quiero y no me importa con quien estés, solo deseo que seas
feliz.
- Gracias
cariño. Por cierto, estás que te rompes de guapo ¿eh?
Alberto rió.
- No tienes
remedio papá.
- No, y lo
que también tengo son ojos en la cara. Te quiero hijo.
- Yo también
papá, mucho.
La verdad es que no me lo esperaba pero me alegro de que Alberto y su padre se hayan reconciliado y me gusta lo que se han dicho.
ResponderEliminarPues me alegro mucho de que Alberto y su padre hayan hecho las paces y estén bien. Al fin y al cabo, Alberto tiene su vida con Cristina y su padre con Enrique.
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