Gerardo San Juan, el padre de Virginia, estaba muy enfadado.
Después de
averiguar ciertas cosas de la pareja de su hija, aún no se explicaba cómo a
Elisa se le ocurrió en su día presentarle a semejante hijo de puta. Ahora, ante
la puerta de ese malnacido, estaba envenenado de ira y de rabia.
Él, Iris,
que era su actual pareja y además era abogada, y un par de agentes de policía,
llamaron a la puerta y, tras abrirles César, entraron.
- Muy buenas
señores, - saludó el dueño de la casa con aires de prepotencia, - ¿desean algo?
- Me llamo
Gerardo San Juan, soy comisario de policía y ella es Iris Monforte, abogada.
Usted es César Cifuentes, ¿no es así?
- Sí, ¿por
qué?
- Porque yo
soy el padre de Virginia y venimos a detenerlo.
- ¿Sabe usted acaso con quién está hablando? Soy un empresario de éxito, influyente y con mejores contactos de los que se imagina. ¿Qué pasa? ¿No hay suficientes delincuentes en las calles y tiene que venir aquí a decir sandeces?
- Usted se
ha atrevido a ponerle la mano encima a mi hija ¿me oye?, y le juro que voy a
encargarme de hundirlo en la miseria. Se va a arrepentir todos y cada uno de
los días de su vida de haberle tocado un pelo a Virginia.
- Está usted
loco y no sabe más que decir tonterías, no puede demostrar nada de lo que dice,
¡así que lárguense de una vez!
- Señor Cifuentes, - intervino la abogada, - hemos investigado sus antecedentes y resulta que tiene usted varias denuncias por malos tratos, denuncias que luego fueron retiradas previo pago por su parte de una buena suma de dinero. Luego está el caso de Marta Herrera, ¿se acuerda usted de ella? Después de vivir juntos un par de años, apareció muerta de repente y en extrañas circunstancias que a día de hoy, aún no se han aclarado. Y luego está su empresa señor Cifuentes. Según hemos sabido, al principio no se dedicaba usted únicamente a vender ordenadores, ¿no es así? Traficaba con… otras sustancias, por eso subió como la espuma y montó todo el imperio que actualmente tiene. Ahora menos mal que la ex esposa del comisario le ha advertido sobre lo que estaba haciendo con su hija. De modo que tenemos suficientes motivos para detenerlo, encerrarlo, y tirar la llave.
Virginia, que había bajado desde el piso superior al oír las voces, escuchó todo lo que dijo la pareja de su padre, y no pudo evitar sonreír. Por fin su madre la había ayudado, y su padre también, - pensó feliz.
- Maldita sea… ¿cómo pude pensar que esa hija de puta se mantendría callada? – murmuró refiriéndose a Elisa, la madre de Virginia.
- ¡Ni siquiera se le ocurra volver a nombrar a la madre de mi hija ni mucho menos a ella en esos términos, ¿me ha entendido?! Porque le juro por lo más sagrado que voy a conseguir que lo encierren de por vida y se pudra en la cárcel. Y ahora chicos, llévenselo.
Los dos
agentes le pusieron las esposas y se lo llevaron.
César no
dijo nada en absoluto; había llegado el día de rendir cuentas por todo lo que
había hecho y ésta vez lamentablemente no estaba nada seguro de librarse de
aquel marrón.
Entonces, cuando
se hubo ido, Gerardo miró a su hija.
- Papá… qué
alegría más grande de verte.
Los dos se abrazaron fuertemente; Iris contemplaba la escena satisfecha. Menos mal que la hija de su marido se había librado por fin de semejante sujeto, - pensó.
- ¿Es cierto
que… lo habéis detenido papá?, - le preguntó Virginia abrazada a su padre y con
lágrimas en los ojos.
- Si cariño,
tranquila, ya se ha acabado la pesadilla. Nunca más volverás a verlo. ¿Por qué
no me dijiste nada de lo que estaba sucediendo?
- Yo… no sé,
estaba aterrada. Lo he pasado tan mal… No quería meter a más nadie en esto. ¿Es
verdad que mamá te avisó?
- Si nena, ella me llamó y me dijo que estabas en peligro por culpa de ese sinvergüenza, pero a ella la advirtió un muchacho, alguien especial que creo que te quiere, - sonrió.
- Oh papá, no te imaginas cómo es Abel; él me llevó a su casa de la playa para alejarme de César. Ha cuidado de mí y… es un tesoro.
- Pues a esos tesoros escondidos hay que cuidarlos y no perderlos porque escasean ¿sabes?
- Espero que
me lo presentes y que todo te vaya bien a partir de ahora. Y una cosa, no
quieras llevarlo todo tu sola, cuenta conmigo cariño, soy tu padre y te quiero
más que a nadie, lo sabes.
- Sí papá.
Después de
aquella breve charla con su progenitor, Virginia abrazó a Iris, la mujer de su
padre. Era bastante más joven que él pero le constaba que le hacía muy feliz y
él se llevaba con ella mejor que con Elisa, lo cual era comprensible hasta para
ella.
- Muchísimas
gracias por todo Iris, eres la mejor.
- Escúchame Virginia, hemos estado escarbando en el pasado de ese hombre, y hay muchas cosas oscuras y siniestras, como la muerte de una ex pareja suya. Se va a reabrir el caso ¿sabes? Y más después de que tú lo denuncies, porque lo harás ¿verdad?
- Por
supuesto. He sufrido muchísimo por culpa de él. Incluso ahora me tenía
encerrada en casa.
- Es que hay
mujeres maltratadas que dependen emocionalmente de sus parejas, no quieren
denunciarlos, se echan la culpa de todo, y yo no quiero que tú sigas enganchada
a ese hijo de puta, ¿comprendes? No te lo mereces.
- Gracias
Iris. No voy a estar enganchada a César porque amo a un chico muy especial que
ha estado a mi lado en todo esto.
- No sabes cuánto me alegro por ti. Eso es lo que tú necesitas, alguien que te quiera y te respete, que te trate bien. ¿Me invitarás a la boda? – sonrió.
- Bueno… si
él me lo pide, por supuesto. Cuenta con ello.
Ahora que ya
era por fin completamente libre, Virginia no veía la hora de ir a ver a Abel,
contárselo todo, y ver cuál sería el futuro de aquella incipiente relación.
Me ha encantado el capítulo. Por fin se han llevado a César a la cárcel y se va a pudrir en ella por todo lo que han averiguado sobre él y por la muerte de esa chica que seguro descubrirán que la mató él.
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